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María José Guerra: «El feminismo hoy significa poder respirar, tener libertad, salir a la calle y no sentir miedo»

Por: Janire Alfaya

María José Guerra Palmero es profesora titular de Ética y Filosofía Política de la Universidad de La Laguna, donde ha dirigido las dos ediciones del Máster en Estudios Feministas, Políticas de Igualdad y Violencia de Género. Asimismo, es la subdirectora de Doctorado en la academia y presidenta de la Red Española de Filosofía. Ha publicado numerosos artículos y libros individuales y colectivos de los que destacan: Mujer, identidad y reconocimiento. Habermas y la crítica feminista (1998); Teoría feminista contemporánea. Una aproximación desde la ética (2001); e Intervenciones feministas. Derechos, mujeres y sociedad (2004). En 2017 coordinó junto a Genoveva Roldán y Nancy Pérez Las Odiseas de Penélope. Feminización de las migra- ciones y derechos humanos (México, UNAM). Sus múltiples líneas de investigación incluyen la teoría ética y política contemporánea, el feminismo y las éticas aplicadas.
A día de hoy ya son más de 1.000 las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2003. Se trata de una cifra que enciende las alarmas sobre las conductas machistas y cuestiona cuál es la línea roja de la violencia de género. Para María José Guerra es un problema arraigado en el que “el asesinato es la última fase, pero suele estar precedido por una historia de malos tratos de todo tipo”.

El 4 de diciembre de 1997, Ana Orantes acudió a una televisión para denunciar las agresiones que su marido había ejercido sobre ella y sus hijos durante su relación. Dos semanas más tarde él la quemó viva. Ahora, 20 años después, se entiende que su caso fue un punto de inflexión para el debate público.

“A partir de ahí se consolidó un gran esfuerzo por parte del movimiento feminista de visibilizar una cuestión que ya sabíamos que existía, pero en torno a la cual, por ejemplo, los medios de comunicación eran absolutamente insensibles. Hablaban de los asesinatos como crímenes pasionales”.

La respuesta del Gobierno de Zapatero llegó en 2004 con la Ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, considerada como un “hito” por Guerra dada la tardía organización en Europa para articular el marco de indicadores en esta materia.

Sin embargo, todavía destacan las resistencias que imposibilitan la concienciación y sensibilización. “Lo más importante es la prevención, y la prevención tiene que ver con la educación. Yo diría que las últimas leyes educativas, sobre todo la LOMCE, han restado espacio para tratar la igualdad entre hombres y mujeres”.

Además, apunta al 2017 como un año revelador en el que las agresiones sexuales y el acoso han estado notablemente manifiestos en la agenda pública.

En Estados Unidos saltaba el escándalo en Hollywood, la meca del cine en la que decenas de actrices han padecido el acoso. En España, el movimiento «La caja de Pandora» une las artistas que muestran tolerancia cero frente a la desigualdad y a la violencia. “La mirada siempre ha sido la de ellos hacia nosotras. Ahora somos nosotras las que tenemos que conseguir mirar, ponderar y juzgar contra los muros del silencio, porque los abusos son intolerables”.

Guerra denuncia la complicidad social (que de ende a los agresores y pone en cuarentena el testimonio de las víctimas) como uno de los asuntos más preocupantes en la actualidad. Así, plantea que el cambio de mentalidades es necesario para transformar el histórico sentido común, la normalidad, machista.

 

La complicidad social está presente en los últimos casos de agresión sexual que se han hecho públicos… ¿existe una cultura del encubrimiento y la justificación?

“Sí, el término es cultura de la violación. Y, efectivamente, lo estamos comprobando. 2017 ha sido un año que quedará para la historia porque se han destapado varias cosas.

Sabíamos y sabemos que hay múltiples ámbitos, como el laboral, donde hay muchas presiones a las mujeres en lo relativo a su sexualidad. Es decir, es la utilización del poder (que puede tener un jefe o un colega) para insistir y forzarte, y, si no, expulsarte incluso del mundo del trabajo.

Por eso, es un tema que no solo tiene que ver con violencia, sino también con igualdad. ¿Cómo nos vamos a integrar si hay presiones y complicidad hacia ese tipo de conductas? O se minimizan, o se banalizan; con lo cual queda totalmente violentada y vulnerada la dignidad de las personas, la dignidad de las mujeres”.

 

¿Qué ámbitos deberían fortalecerse para deshacer el machismo?

“Yo señalaría como fundamental a los medios de comunicación. Todavía en este ámbito hay mucha resistencia. También las instancias policiales y judiciales, que en ocasiones minimizan y no tratan a las mujeres como ciu- dadanas.

El que no se nos crea a las mujeres, que parezca que tenemos una falta de credibilidad, nos remonta a tiempos pasados donde, efectivamente, las palabras de las mujeres no tenían ningún valor. Ha costado mucho ser sujeto político, sujeto de derechos y que se reconozca nuestra libertad y nuestra autonomía para que siga pasando esto.

 

A estas alturas necesitamos ya mismo una revolución cultural, una revolución de las mentalidades.

 

Se trata de múltiples aspectos, como la educación, en los que es importantísimo tener respuestas y una estrategia de fomento de la igualdad, porque nos estamos dando cuenta de que hay mucha gente que vive en el prejuicio.

También continúa alimentándose una maquinaria en los medios de comunicación donde se naturaliza la desigualdad entre hombres y mujeres, incluso se normaliza la violencia contra ellas. Y ahora, a estas alturas, necesitamos ya una revolución cultural, una revolución de las mentalidades.

Se trata de un problema muy complejo que tiene muchas caras. Yo también diría que quizás las alertas están sobre todo en el Estado de Derecho. Seguimos siendo ciudadanas de segunda en lo que respecta a las cuestiones de violencia, y este año, específicamente, a las de violencia sexual”.

 

No obstante, ¿se están expandiendo las corrientes feministas que se llevan gestando décadas?

“Yo lo veo como un avance civilizatorio y con fundamento opino que “o feminismo o barbarie”. Si no existe igualdad entre hombres y mujeres, nuestras sociedades no pueden considerarse modernas sino casi feudales (el acoso sexual en el trabajo se parece al derecho de pernada del jefe).

Si hay una revolución importante en el siglo pasado y en este que está arrancando, esa revolución es la de las mujeres. Solo hay que analizar la propia genealogía familiar para ver las posibilidades que tienen las nuevas generaciones de mujeres.

Para ver cómo se han quebrado las pautas de dominación, la subordinación, la falta de libertad. Es crucial lo que el feminismo ha traído consigo para la Historia de la Humanidad”.

 

Usted habla de una revolución…

“Creo que llevamos mucho tiempo inmersos en una revolución, desde hace siglos. Esto empieza con la Ilustración, al reclamar los derechos políticos, después el derecho al voto, los derechos reproductivos… Esto viene de lejos, pero sí que estamos en un momento de intensificación.

El feminismo ya es una realidad transnacional, muy plural, y que afecta a todas las partes del mundo. El feminismo hoy significa querer poder respirar, tener libertad, poder salir a la calle y no sentir siempre miedo. Exige derecho al trabajo y una igualdad de condiciones respecto a tus compañeros varones. Es una cuestión vital, básica.

Resulta fundamental que cada vez lo entienda más gente. Yo creo que sí se están produciendo cambios, pero también hay unas fuerzas reaccionarias que se oponen y que están siendo alimentadas por la crisis económica. Estamos en un momento muy complicado, pero sí veo que hay una vitalidad enorme y que las mujeres jóvenes están muy hartas, no se resignan ya a sufrir la desigualdad y la violencia, ni al silencio”.

 

¿Quién tiene que ser objeto de esta transformación?

“Todos, mujeres y hombres. Todavía son una minoría los hombres que reaccionan positivamente. Normalmente, la primera forma de reaccionar es: “no todos somos así”. Por supuesto que no todos son así, pero eso no signi ca que no sea también su problema vivir en una sociedad desigual que muestra un elevado grado de complicidad con la violencia. Es como decir “esto no tiene nada que ver conmigo”.

Claro que tiene que ver con todos, y eso es asumir una responsabilidad social, porque todos desempeñamos papeles en nuestro puesto de trabajo, en las instituciones en las que estamos, con nuestras opiniones en la esfera pública…

Los más implicados están trabajando en eso que se denomina “nuevas masculinidades”, alternativas a esa masculinidad tradicional que se refleja en el dominio, en el bloqueo de las emociones y en la incapacidad para la empatía. Hay hombres por la igualdad y hombres contra la violencia de género que ya se están organizando. También hay voces masculinas en este sentido en los medios de comunicación, pero son minoría.

Hay que cambiar, la transformación ahora también es relativa a los hombres. Yo creo que hay varias respuestas. Hay un sector de hombres a quienes esto les mueve demasiado el piso y no quieren afrontarlo. Y, entre los jóvenes, hay una minoría que se declara aliada del feminismo, pero también muchas respuestas que podemos llamar “neomachistas”, de volver a afirmar ese tipo de modelo masculino ligado al dominio y a la violencia”.

 

Primero éramos brujas, luego histéricas… Hay toda una generación sobre el odio a la feminista.

 

En este sentido, ¿se trata de una regresión generacional?

“Esta cuestión está aún por decidir, pero hay un elemento muy poten- te de tensión. No sabemos si la sociedad va a progresar hacia más igualdad o si va a retroceder hacia una consolidación de las pautas tradicionales de desigualdad. Yo creo que existe un ámbito enorme de tensiones, de acciones y reacciones.

En cuanto al feminismo, se suele hablar de “olas”, hay momentos en los que avanzas, en los que consigues derechos; pero también hay etapas de retroceso. ¿En qué momento estamos? Es muy difícil hacer un juicio sobre el presente. Hay fuerzas reactivas y hay fuerzas activas a favor de la igualdad y en contra de la violencia.

¿Cómo se va a resolver esto? Necesitaremos décadas para analizarlo. Pero, por ejemplo, los años 90 del siglo pasado fueron una época de avances en el ámbito internacional.

La siguiente década también. No obstante, parece que a partir de la crisis económica (que genera precariedad, incertidumbre) hay un sector de la población que dice “vamos a volver a una visión tradicional sobre los sexos, vamos a atrincherarnos en los viejos valores” y surgen los fundamentalismos religiosos.

Todavía no lo podemos saber, pero yo creo que el movimiento social que políticamente le está dando respuesta a esta emergencia de la ultraderecha es el feminismo, lo veo con más claridad que otros movimientos que creo que tienen ahora menos empuje.

La lucha por la igualdad y contra la violencia son dos elementos muy centrales que tienen muchísima movilización, tanto en nuestro país como en otros países”.

 

Surge también una dialéctica que desvirtúa el movimiento feminista, como son las expresiones feminazi o hembrismo. ¿Cómo se construyen estos términos?

“Cuando las sufragistas pedían el voto para las mujeres se montaron hasta cuarteles generales contra el voto de la mujer. El antifeminismo es tan viejo como el feminismo, y siempre busca caricaturizar y estereotipar. Primero éramos brujas, luego histéricas… Hay toda una genealogía sobre el odio hacia la feminista. Son guras de odio.

No es nada nuevo. Se trata de presentar el feminismo como algo aterrador para que las propias mujeres lo rechacen, esa es la estrategia. Hay un estereotipo brutal que entronca con la bruja, con la histérica, con la solterona, esta idea de que las feministas tienen que ser feas… Todo un imaginario negativo, caricaturesco. Yo creo que actualmente también hay mucho humor feminista que lo está, a su vez, caricaturizando.

 

Las fuerzas neomachistas, ligadas al auge de partidos de ultraderecha también están desatadas. La situación es explosiva.

 

En cuanto a la palabra «feminazi», se trata, sobre todo, de una ofensa a las víctimas del nazismo. Y esto es tremendo, porque los que la utilizan están banalizando lo que fue un genocidio de millones de personas.

Se suman también todas las dinámicas del negacionismo: “no hay violencia”, “no hay desigualdad”, “las mujeres asesinan a los hombres tanto como los hombres asesinan a las mujeres”. Puras mentiras odiosas. Dan ganas de reír por no llorar”.

 

Los asesinatos y el maltrato son la cabeza visible del machismo y la desigualdad. No obstante, hay muchos otros tipos de violencias…

“Se acuñó la expresión “micromachismos” (que está siendo también muy discutida). Lo que pasa es que algunos micro ya empiezan a parecer macromachismos por su obstinación. El paternalismo, por poner un ejemplo, es algo que vivimos las mujeres que ya tenemos una trayectoria. En la política, en la Universidad, siempre eres considerada como “la chica”, por muy catedrática que seas. Una asignatura pendiente es el reconocimiento del talento y los logros de las mujeres.

Se han modelado las mentalidades para no reconocer o pasar por alto el valor de las mujeres. Se prefiere a un hombre mediocre que a una mujer preparada. Es algo que hemos vivido en tantos ámbitos… Fíjate en el presidente de los Estados Unidos. Es muy complicado erradicar este tipo de mentalidades. Por eso, gran parte de la batalla, de esta lucha, es cultural.

Tenemos que cambiar, incluso, la dirección del sentido del humor. Porque el sentido del humor y el mismo sentido común han sido cómplices de los sistemas de dominación. El machismo lo ejercemos mujeres y hombres, porque todos estamos educados en ese tipo de patrones que asignan determinados valores y que “desvalorizan” lo femenino y lo vuelven risible”.

Consulta el reportaje completo: Mujeres

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