Opiniones

El Juego del Calamar o cómo sobrevivir en un mundo capitalista

Por: Adrián Mesa

La ficción creada por el director y guionista surcoreano, Hwang Dong-hyuk se estrenó el 17 de septiembre de este año en la plataforma online Netflix, cosechando un éxito desmesurado en muy poco tiempo. Memes, reseñas y recomendaciones sobre El Juego del Calamar inundaron las redes sociales durante los últimos dos meses, todo el mundo ha hablado sobre dicha serie y yo no puedo ser menos. 

Spoilers a partir de aquí 

En mi anterior artículo sobre La Casa de Papel me centraba en la hipocresía que abunda en su discurso político, en cambio El Juego del Calamar y su creador tienen claro lo que quieren contar y lo hacen de forma impecable. Por supuesto no es una historia perfecta y hay dos subtramas concretas que no terminan de convencer puesto que no contribuyen al desarrollo de la historia principal (el mercado de órganos dentro del juego y el policía en busca de su hermano), pero la manera de transmitir la idea central, el sistema capitalista como una forma de vida extrema, es magnífica.

No veo a la serie como una crítica feroz al capitalismo, más bien como una metáfora o alegoría del mismo, como comenta su creador en esta entrevista. Un juego de supervivencia extrema entre personas desesperadas, personas que ya están al límite, ahogadas por las deudas y las dificultades personales; para ellas es una necesidad pasar por encima de los demás, jugándose su propia vida en el intento de conseguir el codiciado premio: una enorme suma de dinero. En esta competición incluso la vida humana tiene precio, cada vez que un participante es eliminado se suma dinero al bote y el ganador se lleva todo el valor de las vidas de aquellos que no sobrevivieron, aquellos convertidos en los perdedores del sistema.

El honor obrero y la corrupción financiera

Son varios quienes aceptan el riesgo para conseguir una segunda oportunidad en su vida, sin embargo quiero centrarme en los dos personajes principales. El primero es el protagonista de la historia, el jugador 456, Seong Gi-hun, interpretado por el actor surcoreano Lee Jung-jae. Seong se presenta al comienzo como una persona sin trabajo, mantenido por su anciana madre a la que le roba dinero para apostar en las carreras de caballos, está divorciado y tiene una hija a la que pretende impresionar a través del dinero.

Conocemos que Seong trabajó en una fábrica que fue cerrada por la mal llamada reconversión industrial, yo lo llamaría el neoliberalismo destruyendo el movimiento obrero; Seong vive con el trauma de la muerte de uno de sus compañeros durante las huelgas que siguieron a la desmantelación de la industria. Luego, se aventuró en el sector servicios y fracasó. En la actualidad, vive asediado por sus deudas con una mafia traficante de órganos, los problemas de salud de su madre, la decepción que causa a su hija y sus propias lamentaciones después de que su mujer lo dejara. Su vida lo ha convertido en una persona rota, viviendo en un infierno del que no puede escapar, y, por ello, decide participar en el Juego del Calamar.

Ahora toca la némesis del protagonista, toda historia necesita un villano. Al comienzo del juego, el creador de la serie te presenta a Jang Seok-su, interpretado por Heo Sung-tae, como el clásico tipo malo: un mafioso infame que está a punto de ser asesinado consecuencia de sus deudas, un hombre dispuesto a jugar sucio, tomar atajos y matar a quién sea para ganar. Pero Jang no es el villano que necesita la serie. Este se va dejando entrever a medida que avanza el juego, no basta con que sea el típico ‘tío duro’ sin sentimientos, debe ser una persona con una moral e historia totalmente contrapuestas a las de Seong.

Por eso es importante que aquel que se enfrente al protagonista sea Cho Sang-Woo, el jugador 218 y amigo de la infancia de Seong. Woo, interpretado por Park Hae-soo, es el orgullo de todo el barrio, estudió en una prestigiosa universidad y se convirtió en un hombre de negocios del mundo financiero, una persona exitosa hecha a sí misma desde lo más bajo de la sociedad. Sin embargo, víctima de su propia necesidad de ascender en la jerarquía social no dudó cometer delitos fiscales y de estafa. Así, perseguido por la policía y con el temor de decepcionar a todo aquel que un día se sintió orgulloso de él, decide participar en el juego, su única oportunidad para escapar de su propio infierno que no sea el suicidio.

Tanto Seong como Sang-Woo se contraponen también en su forma de enfocar El Juego del Calamar. Seong se preocupa por la vida de otras personas, no las ve como simples obstáculos para alcanzar un objetivo sino como iguales a él, desesperados que quieren escapar de su infierno personal. Eso no quiere decir que no haga lo necesario para ganar, aunque sufre debe dejar de lado sus principios para salvar su propia vida. En cambio, Woo no tiene reparos en olvidar cualquier código moral, sabe que no puede regresar a su vida normal pero quiere dejar algo para su madre, así que si tiene que pisar los cadáveres de cientos de personas lo hace sin asomo de duda. Incluso está dispuesto a sacrificar al propio Seong para quitarse de en medio a un rival fuerte.

En los primeros momentos del juego Seong trata de formar una comunidad con otros participantes, donde se protejan entre todos, tiene incluso un punto ingenuo puesto que olvida que se trata de un juego individual. Puedes formar equipos pero al final cada persona lucha sola por su vida. Por su parte, Sang-Woo tiene clara esta última idea y ve a los demás participantes como puntos de apoyo puntuales que le ayudan a seguir adelante, los utiliza pero no lo hace de forma totalmente insensible, también siente remordimientos aunque nunca deja que tomen el mando.

Así llega el capítulo 6, Gganbu. Los participantes forman parejas creyendo que competirán por equipos, Sang-Woo escoge a Ali Abdul, interpretado por el actor indio Anupam Tripathi, un obrero paquistaní residente en Corea y trabajador en una fábrica. Seong elige al anciano Oh Il-nam, el jugador número 001 interpretado por O Yeong-su, por pura empatía, el protagonista se acercó afectivamente al hombre moribundo y nadie quiere hacer equipo con un abuelo con demencia. De nuevo, las decisiones del héroe y el villano son opuestas, al menos hasta que el juego es revelado: las parejas deben competir entre ellas jugando a las canicas, el perdedor es eliminado

En este punto, Sang-Woo y Seong deciden luchar por su propia vida. El primero engaña deliberadamente a Ali para conseguir todas las canicas, el ingenuo obrero cae víctima del engaño del hombre de negocios y muere mientras Sang-Woo se despide con lágrimas de los últimos atisbos de moral que quedaban en su interior. 

Por otro lado, Seong juega limpiamente con el anciano apostando con las canicas, viendo como la victoria de Il-nam se acerca.  Sin embargo, el anciano comienza a olvidar las apuestas realizadas y Seong aprovecha la situación, utilizando la demencia del jugador 001, con cada apuesta muestra una expresión de alivio y arrepentimiento por lo que hace. Cuando el  jugador 456 cree que ha ganado, Il-nam le explica que fingió su enfermedad mental para ver si Seong era capaz de romper sus propias líneas rojas y condenar a alguien querido.

El mensaje de la historia

En el sexto y último juego, aquel que da nombre a la historia, se enfrentan cara a cara por fin Seong y su antítesis, Sang-Woo, el obrero fracasado contra el modelo capitalista ideal. Un enfrentamiento a muerte que gana Seong, dejando herido de gravedad a su viejo amigo y rival, pero antes de finalizar el juego decide abandonar, que el juego termine sin un ganador y ambos regresen con vida. ¿De qué sirve el dinero si tiene que matar a su amigo para conseguirlo? Sang-Woo se suicida en ese mismo momento puesto que no tiene vida a la que regresar sin el premio, el dinero era lo único que podía salvarlo de su propia desgracia y sin él se hubiera matado de todas formas. 

Tras el final del juego, Seong vuelve a casa con una tarjeta con el premio final y comprueba que su madre ha muerto mientras él no estaba, sola, tirada en el suelo de su casa y sin poder darle unas últimas palabras a su hijo. Ahora el jugador 456 tiene todo el dinero que siempre deseó, pero está manchado, no solo con la sangre de los participantes del juego sino también con la de su madre, así que no puede gastarlo, comprar algo con él sería como reírse de todas las muertes que vió. Al final no valió la pena el sufrimiento. 

Fuente: Netflix

Hasta aquí la serie da una visión pesimista de la sociedad, de cómo la falta de moralidad es necesaria para sobrevivir y cómo el sistema corrompe incluso a las personas que encaran la vida con tanta positividad como el sonriente Seong antes de comenzar el primer juego. Sin embargo, Hwang Dong-hyuk, creador de la serie, no quiere terminar con un mensaje tan negativo y hace que, tras un tiempo Seong, derrumbado por todos los acontecimientos vividos, se encuentre con el fundador del Juego del Calamar que resulta ser el anciano Oh Il-nam, el famoso jugador 001, cuando está apunto de morir debido a un tumor cerebral. 

Antes de fallecer pide a Seong que jueguen por última vez, desde el gran ventanal de su piso pueden ver a una persona sin hogar tirada en la calle mientras la nieve cae sobre la ciudad, esa persona morirá congelada a no ser que alguien la ayude. Il-nam apuesta que nadie la va a socorrer, quiere demostrar que el ser humano solo piensa en su propio bienestar, y Seong defiende que aparecerá alguien con buen corazón. Varias personas pasan al lado de la persona sin hogar sin ni siquiera mirarla, escena típica de cualquier gran ciudad donde las personas evitan mirar la parte más cruda de la desigualdad del capitalismo. Finalmente, alguien bondadoso aparece junto a la policía y la rescatan, Seong tenía razón y el jugador 001 muere tras perder su último juego.

El Juego del Calamar presenta la sociedad capitalista como una competición extrema donde todos están dispuestos a saltarse cualquier código ético con tal de sobrevivir y conseguir sus objetivos. No hay tiempo ni lugar para la bondad, la moral ni para la cooperación, aunque al final puede que sí haya quienes no están dispuestos a seguir el juego del sistema, ni a enfrentarse a nadie, ni a dejar atrás a los que han perdido todo en el camino, puede que aún quede un hilo de esperanza en las personas.

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