Historias

Pasaportes sin valor: el racismo institucional detrás de las deportaciones

Nayra Bajo de Vera

En el bolsillo, un librito grapado. Se aferra a él como a un salvavidas, aunque a duras penas sirve de flotador. No lo sabía durante los años que viajó dentro de África, ni tampoco en la semana que pasó a bordo de una patera. El librito parece un pasaporte, pero solo tiene el aspecto. Libertad de tránsito o riesgo de deportación, dos caras del racismo institucional.

Hay quienes hablan de un “drama migratorio”. Otros, del “efecto llamada”. Aunque son discursos opuestos, ambos enmascaran con eufemismos la realidad de la inmigración, y es que esta es un privilegio o un delito según la nacionalidad que aparece en el pasaporte. La vida entera va ahí dentro.

Mucha gente menciona las mafias, pero pocas veces se habla de las políticas internacionales que vulneran derechos y matan. En un tablero donde el comodín es endurecer fronteras y deportar migrantes, los gobiernos juegan con vidas humanas.

La instrumentalización de la migración en Marruecos

No es casualidad que Marruecos dejase de aceptar vuelos de repatriación en abril de 2021, bajo la excusa de la crisis sanitaria por la pandemia, justo en un momento de tensión política con España. Se retomaron al año siguiente, en marzo de 2022. Poco después de que Pedro Sánchez considerase la propuesta marroquí para la determinación del Sáhara Occidental como la más “seria, creíble y realista”.

Quizás se sabe, pero no se cuenta lo suficiente, que el rey Mohamed VI utiliza a su ciudadanía como arma de presión política. Cada marroquí es una carta de la baraja sobre la mesa en una partida con muchos más jugadores. Se abren o se cierran las fronteras a conveniencia.

Además, Marruecos es un importante país de tránsito, por lo que también maneja las vidas de otros africanos. En septiembre de 2022, un joven costamarfileño fue deportado de Canarias a Marruecos, a pesar de que existía una orden judicial que lo prohibía. De noche, a las 23:30, la Policía procedió con discreción. Una práctica recurrente cuando se trata de africanos.

Senegal, deportaciones y planes de migración regular insuficientes

La relación con Senegal parece ser más estable, aunque eso no impide que sus nacionales puedan ser deportados. Desde 2018, a pesar de varias tentativas, no se retomaron las devoluciones a dicho país hasta hace unos pocos meses, en febrero de 2023, si bien España y Senegal firmaron dos acuerdos en esta materia en 2021.

El año pasado, España y Senegal reanudaron un plan de migración circular como alternativa para la migración irregular, aunque solo incluyó a 17 jóvenes, con posibilidad de llegar hasta 200 a lo largo de 2023. Cifras optimistas, pero que no dejan de ser un parche para las muertes que se producen cada año en rutas de acceso a España. Mientras, quienes sí consiguen llegar a suelo español corren el riesgo de ser deportados de vuelta, aunque Senegal no es el único destino posible.

Las dobles deportaciones en Mauritania

Desde 2003, Mauritania recibe migrantes de cualquier nacionalidad africana que hayan pasado por su territorio hasta llegar a España. Mauritania, además, no es un destino idóneo. Este estado negó el acceso a una comisión de Amnistía Internacional en 2019 y, por ello, no aparece en sus análisis sobre la situación de los derechos humanos en el mundo. No obstante, es sabido que aún se practica la esclavitud, abolida en 1981 e ilegal desde 2007. Con todo, Mauritania es una vía utilizada por España para deportar a personas que, de otro modo, no podrían serlo. Y es que, en ocasiones, provienen de países en conflicto.

Acnur recomienda la no repatriación de malienses por la situación conflictiva de la que vienen. De hecho, Malí no tiene acuerdos de devolución con España, pero ambos países sí los tienen con Mauritania. También, entre otros, Guinea Conakry. Una vez llegan guineanos y malienses a Mauritania tras ser deportados, los llevan por tierra de vuelta a su país. Ante el fracaso que supone volver al punto de partida sin conseguir establecerse en Europa, muchos vuelven a intentarlo. Aunque ello implique poner otra vez su vida en juego.

La dependencia de Europa perdura; las vías regulares apenas existen

Si la solución a la migración irregular estuviera en las devoluciones, hace tiempo que el problema estaría resuelto. Endurecer las fronteras tampoco es la respuesta. Lo único que se consigue es fortalecer a las mafias y aumentar el tránsito en rutas más peligrosas. A veces se escuchan voces que creen tener la solución, una muy evidente, que es migrar por vías regulares y seguras. El problema es que obtener visados, o incluso solicitar citas, puede conllevar años de espera que, con frecuencia, culminan con una resolución negativa. Es casi como jugar a la lotería.

En noviembre de 2022, la Comisión Europea pidió restringir (más aún) la concesión de visados en Senegal y Gambia por no cooperar en las deportaciones. Prácticamente, la única forma de conseguir los trámites es a través de sobornos. El efecto que se consigue es el contrario: más gente se arriesgará a morir en el mar.

Por eso es tan necesaria la colaboración de la comunidad internacional para fomentar el desarrollo en origen y detener la explotación de los recursos africanos en favor de los países del norte global. La dependencia de Europa que aún persiste no es fruto del azar, sino de una responsabilidad colonial que no está saldada. Pero si el tablero del poder sigue como hasta ahora, la gente seguirá jugándose la vida en una barca, con la esperanza de que el librito grapado que llevan en el bolsillo demuestre su valor como seres humanos.

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