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Plátanos inmunizantes, la vacunación que no necesita agujas

Nayra Bajo de Vera

La llegada de la pandemia por la COVID-19 abrió un fuerte debate sobre las vacunas: rapidez de los ensayos clínicos, desigualdad de acceso o incluso microchips fueron algunos de los temas protagonistas. Muchos de ellos llevaban décadas causando controversia, pero lograron un altavoz mucho más potente a raíz del coronavirus.

Otros, por el contrario, llevan décadas sin conseguir captar la atención. La realidad es que es posible “vacunar” de algunas enfermedades a través de la ingesta de plátanos modificados genéticamente, reduciendo así costes de elaboración, transporte y refrigeración. Además, los plátanos inmunizantes podrían incrementar la tasa de personas vacunadas a escala mundial.

En la actualidad, enfermedades como la hepatitis B, el cólera, la difteria, la diarrea aguda o la poliomielitis se siguen cobrando vidas a diario. En el caso de la hepatitis B, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 257 millones de personas padecían esta infección vírica del hígado en 2015. Ese mismo año, unas 887.000 fallecieron a su causa.

Esta enfermedad, que puede agudizarse o cronificarse, es fácilmente tratable por medio de vacunas. De hecho, las personas vacunadas resultan, en más de un 90%, inmunes de por vida. En España, este es un servicio público garantizado por el estado de forma gratuita.

Material de laboratorio para vacunación en una imagen de recurso

Sin embargo, muchos países, mayoritariamente del sur global, no tienen una infraestructura sanitaria sólida, por lo que una afección fácilmente curable se convierte en riesgo para la vida de millones de personas.

Las regiones del mundo con mayores tasas de pacientes de esta enfermedad se sitúan en el Pacífico Occidental (6’2% de su población) y África (6’1%). Como no existe una red de prevención generalizada mediante vacunas, son muchas las personas que enferman, por lo que requieren de muchos tratamientos para prevenir el contagio y paliar los síntomas más graves.

Uno de los medicamentos más recomendados para ello es el tenofovir, cubierto por la Seguridad Social en España. La mayoría de los tratamientos no curan la enfermedad, sino que evitan su replicación. Por tanto, se debe mantener la toma de un comprimido diario durante toda la vida.

¿Qué son los plátanos inmunizantes?

Desde hace décadas se emprendió la investigación de métodos alternativos para la vacunación. Se hicieron ensayos con alimentos como papas, lechugas, millo o zanahorias, aunque el mejor resultado se obtuvo con plátanos normales a los que se les inserta un gen para que produzca una proteína antigénica. Esa proteína es la que se encarga de crear anticuerpos para combatir ciertas enfermedades. Una vez modificados, se convierten en plátanos inmunizantes capaces de cumplir con el mismo objetivo que una vacuna convencional.

En este sentido, las cualidades de los plátanos son muchas. Para empezar, no necesitan cocción y son un alimento que se produce en muchas zonas del planeta, por lo que no requiere de transporte. Además, no necesitan refrigeración y tienen una cáscara idónea para su conservación. Por si eso fuera poco, esta es una fruta que gusta generalmente, por lo que, además, ayudaría a superar el miedo a la vacunación que generan los pinchazos.

Unas cuantas pesetas, apenas unos céntimos

Ya en el año 1996, Charles Arntzen, biólogo molecular de plantas, profesor emérito y director fundador del Instituto Biodesign de la Universidad Estatal de Arizona, aseguraba que el coste de un plátano con el antígeno necesario se calculaba que sería de “unas cuantas pesetas”. Esa afirmación la verbalizó hace casi tres décadas, cuando todavía estaban en proceso de desarrollo y, por tanto, las técnicas de producción no habían sido perfeccionadas.

Para menor ambigüedad, datos más actuales reflejan los posibles costes. Según declaró el biotecnólogo mexicano Miguel Ángel Gómez al diario ABC, el coste de producción de una de estas vacunas se elevaría a un peso (0’038 euros). Esto se debe a que el procedimiento para modificar genéticamente un plátano es muy sencillo y rápido cuando se poseen las infraestructuras. Así pues, los plátanos inmunizantes parecen ser capaces también de minimizar los elevados costes que supone la elaboración de vacunas.

Aunque es cierto que hay países que no cuentan con el equipamiento y la tecnología que hace falta, se trata de una inversión inicial que a futuro podría estimular la economía nacional, dado que no sería necesario importar plátanos, sino que se producirían dentro del propio país.

La India, Filipinas, Ecuador, Indonesia, Guatemala, Angola, Tanzania, Burundi, Costa Rica o México son estados diversos que, sin embargo, tienen características comunes. Todos ellos tienen una gran producción platanera, altas tasas de pobreza y una considerable necesidad de mejorar el acceso a la vacunación y otros sistemas sanitarios.

México o la India son algunos de los países que ya tienen la tecnología necesaria para producir plátanos inmunizantes, por lo que son excelentes candidatos. Además, con este producto estimularían su propia economía y podrían seguir exportando plátanos normales y modificados genéticamente.

En este sentido, Angola se queda rezagada. Su producción agrícola es una de las que más ha crecido en las últimas décadas y gran parte se exporta para consumo europeo, un hecho contradictorio teniendo en cuenta la escasez de alimentos de la población. Por tanto, este país tendría que exportar los plátanos para después importarlos de nuevo, a un precio más elevado que el de la venta inicial, una vez tuvieran el antígeno incorporado. Esta es una transacción inviable, por lo que su única opción sería una dotación tecnológica para producirlos por cuenta propia.

Las vacunas convencionales, no tan caras como parecen

Aunque es cierto que los plátanos inmunizantes son mucho más baratos que las vacunas convencionales, lo cierto es que estas suelen tener un precio inflado. El personal, la investigación prolongada en el tiempo, la producción, el transporte y la conservación requieren de sumas relevantes de inversión pero, una vez se establece la producción a gran escala, el precio por unidad es muy bajo.

La vacuna de la hepatitis B pediátrica comprada por el Gobierno español tiene un coste de 4,9 euros por dosis -provista por GSK y Sanofi-, cuyo protocolo de administración normal es de tres dosis por persona. Por tanto, vacunar a las niñas y niños españoles, solo de hepatitis B, cuesta 14,7 euros per cápita. No obstante, en Estados Unidos cuestan el doble, a pesar de que las administra la misma empresa (GSK). Concretamente, su precio se eleva a 10,3 euros por dosis, 30,9 en total.

En Ucrania, antes de la guerra, tenía un precio de 2,1 euros, es decir, 6,3 euros para una completa vacunación. En este caso, la empresa proveedora era ImmunoPharma. Más baratas son aún para UNICEF. Cada dosis, administrada por LG Life Sciences, le cuesta apenas 40 céntimos. Las tres, por tanto, suponen un coste de 1,2 euros.

Elaboración propia

De estos datos, recabados en 2017, sorprenden especialmente la falta de información y la diferencia de precios. En cuanto al primer aspecto, existe una gran opacidad respecto al sector farmacéutico. Aquellos países que ofrecen información sobre el gasto que le suponen las vacunas suelen hacerlo de forma discreta, difícil de localizar en las páginas oficiales. Incluso, la base de datos publicada por la OMS con una comparativa de precios entre naciones oculta sus nombres a petición propia.

Por otro lado, a priori, la diferencia de precios no tiene demasiado sentido, y es que las empresas proveedoras son más o menos las mismas en cada caso. Además, debido a la escasez de información oficial, resulta complicado conocer con exactitud cuánto les cuesta a las farmacéuticas producir vacunas. Al tratarse de una industria fuertemente monopolizada, pueden establecer precios en función del mercado de cada país.

Médicos Sin Fronteras denunció un encarecimiento de 68 veces su precio en diez años

Los elevados precios en Estados Unidos se contraponen a lo que paga UNICEF por los mismos tratamientos preventivos: entre 10 céntimos y 7 euros por dosis para una amplia gama de enfermedades. Esto ocurre también con otras entidades. La Organización Panamericana de la Salud paga, según los datos disponibles, entre 10 céntimos y 13 euros por cada dosis de diversas vacunas. Médicos Sin Fronteras, entre 10 céntimos y 10 euros.

Esta situación la explicaron Els Torreele (Open Society Foundation) y Mariana Mazzucato (Universidad de Sussex) en 2016 a través de un editorial publicado en la revista médica The BMJ. En ese documento explican que diversas empresas proveedoras hacen acuerdos para vender inyecciones más baratas a ciertas organizaciones cuya ocupación es vacunar en países en vías de desarrollo. Según las firmantes, lo hacen con el objetivo de justificar la subida de precios a países con mayor poder adquisitivo, mientras mejoran la imagen de la entidad de cara a la opinión pública.

De hecho, las autoras del editorial afirman que estos tratamientos podrían ser aún más asequibles. Según una denuncia de Médicos Sin Fronteras, realizada en 2015, el coste de vacunar a un niño durante ese año era 68 veces más elevado de lo que era diez años antes, en 2005.

¿Por qué no se utilizan los plátanos inmunizantes?

No parece que exista gran interés por abrir esta posibilidad. De hecho, los artículos de prensa que lo anunciaban con esperanza en el futuro son de hace diez años o más. Apenas se ha seguido investigando al respecto.

La vía más probable para llevarlos a la realidad sería que fueran las actuales empresas farmacéuticas las que desarrollaran el producto. Tienen los medios, los inversores y el control del mercado, por lo que tan solo necesitarían dar el último paso.

Sin embargo, visto que las vacunas ya producen una cantidad de beneficios muy elevada, no tendría cabida el desarrollo de los plátanos inmunizantes, dado que contribuirían a generar controversia y debate público en cuanto a la diferencia de utilidad y varianza de precios entre ambos modelos.

Por tanto, todo se reduce a intereses económicos. Si la vacuna de la COVID-19 se desarrolló en un tiempo récord, no se debe a que se hayan utilizado métodos menos rigurosos, sino a que la inversión se disparó porque era un negocio que interesaba a nivel mundial.

En la actualidad, siguen existiendo enfermedades que podrían haber sido erradicadas mediante las vacunas. La inaccesibilidad de gran parte de la población mundial a este recurso, sumado al incremento de los movimientos antivacuna, hace que estas vuelvan a brotar. Una de ellas es la poliomielitis. 

Aunque este puede parecer un problema que no afecta a países con altos niveles de vacunación, la globalización hace que suceda lo contrario. Es más, la OMS apunta que “mientras haya un solo niño infectado, los niños de todos los países corren el riesgo de contraer la poliomielitis. Si no se erradica en estos últimos reductos restantes, se podrían producir hasta 200.000 nuevos casos anuales en diez años en todo el mundo”.

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